Hay que decir, alto y claro, que la mayoría de la gente que reside en el  barrio de Las Flores de Málaga es educada, empática y cívica. Sin embargo, aún quedan especímenes, de natural desconsiderados, más preparados para vivir en el monte que en la ciudad.

No sólo es habitual ver a señoras o señores (limpísimos ellos) que consideran normal sacudir sus mantas, alfombras, mopas o bayetas sobre las cabezas de los viandantes. También es frecuente ver a dueños de perras y perros, como dirían los políticos actuales, que ni siquiera se sonrojan cuando permiten a sus mascotas soltar lastre –sobre todo orinar– en cualquier lugar de tránsito de personas, en fachadas o en puertas de establecimientos públicos o de acceso a los inmuebles.

Y qué decir de los escupitajos estampados impunemente sobre la acera que uno intenta sortear apenas sin éxito. Y qué pensar de aquellos, que  tiran las basuras de su vivienda por la ventana.

Sí, amigos míos, estos actos incívicos todavía ocurren en nuestro barrio a pesar de estar prohibidos, generalmente, por las normativas municipales. Cuesta entender que haya gente incapaz de dejar atrás estas conductas atávicas e incívicas más propias de los siglos XVI al XIX –cuando era costumbre arrojar a la calle, por puertas y ventanas, las aguas inmundas y fecales, así como los desperdicios y basuras– que del siglo XXI donde se supone que deberíamos haber alcanzado un grado de civismo a la altura de los tiempos y las necesidades que exige la tendencia a amontonarnos.

La otra lógica es que esas personas, quieran convertir el barrio en un sembrado chabolista donde la única ley que impere sea la que imponga esa minoría incívica y donde se pueda albergar  todas sus fechorías.